Resulta un escarnio -burla cruel, cuyo propósito es humillar y despreciar- que mientras la dictadura libera a narcotraficantes, mantenga encarcelados a varias decenas de presos políticos. El escarnio o burla infamante es mayor, cuando el motivo alegado para liberar a narcotraficantes sea el mes de la Madre, y hace dos años, exactamente el Día de la Madre, se masacrara una manifestación pacífica, y para las madres de esos presos víctimas de la represión política, no se concede el mismo beneficio que a delincuentes.

Hasta la masacre de 2018, había una suerte de complacencia nacional e internacional con el régimen de Ortega, mientras él “privatizaba” familiarmente al FSLN y constituía un régimen de partido único, con algunos partidos políticos subordinados. A esto se refiere un reciente editorial de La Prensa cuando señala que “toda dictadura -pero sobre todo de una orientación totalitaria, como la de Nicaragua-, impone a los suyos el pensamiento único”.

Esa era la pretensión de Ortega, pensamiento único, y además familiar y dinástico. La aparente parálisis y descoordinación que existe en el Ministerio de Salud (MINSA), siempre de luego en la negación de la pandemia, es porque todo depende de El Carmen, hasta los comunicados que leen desde el MINSA, o la represión de médicos y enfermeras. Pero la complacencia con el régimen de Ortega cambió radicalmente a raíz de la masacre, y los informes y documentación probatoria que de la misma hicieron diversos organismos internacionales de derechos humanos, particularmente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) y la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ACNUDH).

De la complacencia se pasó a la indignación nacional e internacional, y de la indignación al rechazo, aislamiento y sanciones de Ortega. Y la actitud del régimen sobre la pandemia, solamente aumenta esa indignación, rechazo y aislamiento, más aun liberando a narcotraficantes. Esa correlación que aísla y rechaza a Ortega es inimaginable que cambie, y se mantendrá no importa los cambios de gobierno en Estados Unidos, América Latina o cualquier país europeo. Tampoco cambiará la correlación de fuerzas nacionales, porque todo el costo de la pandemia está en los nicaragüenses y sus organizaciones, empresas, fincas y comercios, y el virus no distingue entre clases sociales y filiaciones políticas para enfermar y matar.

El mayor aislamiento nacional e internacional de Ortega, aunque él presuma de lo contrario, lo torna más vulnerable a las presiones y sanciones. En estas circunstancias, la vía pacífica para salir de la dictadura, elecciones incluidas, siempre y cuando sean en condiciones apropiadas, pues la oposición no las aceptaría y la comunidad internacional tampoco las toleraría, más probable que antes.

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