Hace algún tiempo tuve oportunidad de asistir a un conversatorio con un prominente historiador centroamericano, profundo conocedor de la historia de Nicaragua. Los organizadores del encuentro pidieron al historiador que compartiera sus reflexiones sobre los factores que determinaban los ciclos de violencia en Nicaragua y qué podíamos aprender de la historia sobre las posibles salidas a la crisis del presente.
La exposición fue desafiante y aleccionadora. Cumpliré con el deber de compartir mis notas sobre lo principal de esa exposición con el propósito de contribuir a una reflexión colectiva que nos ayude a encontrar la ruta de salida del atolladero en que estamos.
El primer rasgo que se resaltó fue el papel de las élites en nuestra historia. Si bien las élites de los otros países centroamericanos no son ejemplares, en el caso de Nicaragua, de manera más marcada, los grupos dominantes no se han preocupado por construir un Estado sólido, ni institucionalidad democrática. “Como que no les ha importado contribuir a la construcción de una nación, de un nosotros”, aseveró el expositor. Su valor e interés primordial ha sido la acumulación. Acumular riquezas, no importa quién mande ni cómo mande. No importa si se trata de Somoza, Ortega o Alemán, con tal de que se les facilite acrecentar sus fortunas.
El segundo rasgo relevante de nuestra historia es el comportamiento de los sectores populares. Según el historiador, el pueblo nicaragüense es el más levantisco, el más rebelde de Centroamérica. Pero, en la contracara, es el que exhibe más tendencia al clientelismo. Así, en un péndulo dramático pasa de la rebelión a la sumisión. El rebelde rápidamente cae en las redes del clientelismo político. La ciudadanía, en tanto que productora de sujetos con derechos y obligaciones, ha quedado siempre arrinconada. Esa matriz social es propiciadora de dictaduras.
El tercer factor ha sido el papel perturbador que a lo largo de la historia nicaragüense ha desempeñado Estados Unidos.
Por supuesto, no son todos los factores, pero sí, los más resaltantes. El resultado es que, a solo un año de cumplir dos siglos de haber proclamado su independencia de España, Nicaragua todavía está en la búsqueda de construir una república. Una y otra vez hemos destruido lo que hemos logrado construir.
En este punto, el historiador nos lanzó una provocación y nos preguntó ¿Es posible construir una democracia en Nicaragua y romper la cadena de ciclos de violencia y dictaduras?
¿A qué democracia aspiramos? ¿Podemos construir democracia en un momento de la historia global donde casi todo está en crisis?
Él se adelantó a responder positivamente. Sin embargo, agregó que para aprovechar la oportunidad es preciso afrontar y superar un conjunto de desafíos, y señaló los siguientes:
Primero, mantener la vía cívica como forma de lucha por la democracia. La vía armada no haría más que retroceder el carro de la historia y alimentar nuevos ciclos de violencia.
Segundo, el desafío de las élites. Los sectores tradicionalmente dominantes en la sociedad deben comprometerse con el país y con la construcción de instituciones democráticas. El valor supremo no puede ser, una vez más, la acumulación de capital y el “todo vale”.
¿Es posible que las élites cambien su horizonte Miami Nice y asuman los horizontes de Nicaragua? ¿Es posible que las élites se comprometan con un “nosotros, los nicaragüenses”?
El tercer desafío es que el pueblo nicaragüense asuma el compromiso de construir y afianzar ciudadanía, lo que supone promover y defender derechos, pero también asumir y cumplir obligaciones, individuales y colectivas. Romper el péndulo fatal que oscila entre la rebelión y la sumisión.
¿Es posible transformar al rebelde y al cliente en ciudadano?
El cuarto desafío es trabajar por reducir las desigualdades. Exige un contrato social de largo plazo, porque no es posible edificar democracia sólida, ni ciudadanos comprometidos, y si persisten las grandes brechas sociales, económicas, territoriales y de género.
En quinto lugar, cómo lograr una relación constructiva con Estados Unidos. Estados Unidos es un imperio y nosotros estamos dentro de la órbita imperial. Esa es una realidad. Construir una relación digna es un desafío, pero es posible alcanzarla si logramos consolidar una perspectiva de nación.
El gran desafío que resume los anteriores es arribar a un acuerdo político de largo plazo que comprometa tanto a las élites como a los sectores populares en la refundación de un Estado y en la construcción de una nación con instituciones democráticas duraderas.
El expositor cerró con un enfoque esperanzador, afirmando que, por primera vez en nuestra historia, sin distingos de condición social, los nicaragüenses salieron a la calle no detrás de un caudillo, no detrás de una bandera partidaria. Sin héroes que aclamar, los nicaragüenses salieron a luchar por la libertad y la justicia, pacíficamente, enarbolando la bandera azul y blanco. Y detrás de ese símbolo subyace el potencial y la aspiración de edificar, por fin, después de doscientos años, una nación.
A la exposición le faltó un aspecto fundamental: la estructura económica. Pero lo expuesto es suficiente materia para meditar como base para actuar sobre nuestro futuro.
Tal vez estas reflexiones puedan parecer demasiado filosóficas ante los agobios del presente: crisis socioeconómica, dictadura, pandemia; sin embargo, todo proceso de cambio se produce primero en la cabeza de los sujetos. Si aspiramos a un futuro distinto, es imperativo que, además de enfrentar la crisis y a la dictadura, reflexionemos a la vez, debatamos y resolvamos sobre el país que queremos construir después que salgamos del régimen de Ortega.
Lamentablemente se escucha muy cerca el griterío de los fantasmas del pasado que pugnan por reencarnar de nuevo en el presente, agitando las cadenas de siempre. Y vuelven los mismos nublados a ensombrecer el horizonte.
¿Serán capaces las élites de apostar, por fin, a construir país, Estado y democracia, y abandonar sus resabios coloniales y su mentalidad de hacendados con bancos?
¿Seremos capaces, como pueblo, de afianzar valores de libertad, justicia, dignidad, honradez, democracia, tolerancia y responsabilidad ciudadana?
¿Seremos capaces de acordar una visión de largo plazo que coloque como centro la democracia, la educación y la construcción de oportunidades socioeconómicas para las mayorías?
Después de 200 años tenemos ante nosotros una nueva oportunidad que, por cierto, está erosionándose rápidamente.
¿Podremos?
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