Los grupos Azul y Blancos identifican, fácilmente, las características más visibles de la cultura política tradicional; pero tienen muchas dificultades para identificar y apropiarse de las características de la “nueva cultura política”. Esto refleja un vacío conceptual sobre cuáles son las prácticas, valores y aspiraciones a cumplir para construir una nueva edificación política para regir el nuevo sistema político. ¿Cuáles son los problemas centrales a superar para construir esa nueva edificación conceptual, aspiracional y práctica que fundamente “la nueva cultura política”?
En primer lugar, los nicaragüenses debemos reconocer que tenemos profundamente interiorizado en la escala de valores, patrones de conducta y comportamientos que reproducen el autoritarismo, caciquismo, machismo y caudillismo que tienden a las soluciones violentas de los conflictos. Por ende, no es un problema coyuntural, todo lo contario, es estructural. Está enraizado en la cultura política, desde antes de 1821, una especial forma de concebir, organizar y utilizar el poder, que siempre nos envuelve, como dice Serrano Caldera, en:
“… un movimiento circular en el que la violencia es recurrente con algunos espacios en los que callan los tiroteos y surgen las componendas políticas, las que, insuficientes en sus alcances y espurias en sus intenciones, abren camino de nuevo a la violencia y a la “cultura” de la confrontación y el balazo, para dar paso, una vez más, a un nuevo pacto en el que se redistribuyen las cuotas de poder … y así, sucesivamente. El autoritarismo, la intolerancia y el caudillismo, han sido, entre otros, vicios periódicos que afloran en esa ruleta que gira entre el enfrentamiento y las componendas de los intereses dominantes”.
Ante este círculo vicioso, qué hacer para superar las crisis y las confrontaciones permanentes:
En el ámbito político debemos cambiar la cultura, transformando las prácticas y valores políticos, que como dice Pérez Baltodano, son los principales obstáculos para modernizar y democratizar el país. Esto implica no sólo cambiar a los actores políticos, sino transformar las estructuras de poder que estimulan el surgimiento la cultura política tradicional, que hoy está representada por el Sandinismo-Orteguista, que es la expresión actual del “espíritu de secta” y del uso de la violencia como mecanismo para excluir y someter al adversario.
Superar la política tradicional implica cambiar las reglas del juego político, escritas y no escritas, que condicionan las estructuras sociales y culturales que influyen en la vida política. No se pueden exorcizar las malas prácticas sin una revisión autocritica de nuestra historia, desmitificando el sentido heroico que le conferimos a los actos de violencia política, que, usualmente, son un impedimento para encontrar soluciones consensuadas.
La reingeniería social y política implica alterar todos los componentes de una sociedad. En consecuencia, la reforma deberá ser sistémica. ¿Qué implica eso? Según Mario Bunge: “debe ser a la vez económica, cultural, política, sanitaria y ambiental”. Pero también deberá ser moral, que es al mismo tiempo cultural, para que pueda ser exitosa. Esta nueva conducción política requerirá de nuevos métodos, para hacer todos los cambios a la vez, pero deberá ser hecha como dice Bunge de forma “gradual y pacíficamente”.
La realidad socio-política, económica y cultural nicaragüense ha demostrado ser demasiado compleja para ser interpretada de forma simplista. Se deberán trascender las visiones dualistas e incluso maniqueístas para trascender a interpretaciones más multidimensionales y multicausales sobre los problemas del país. Es urgente reconocer la necesidad de conjugar y armonizar las aspiraciones sociales, económicas, culturales y políticas de los nicaragüenses.
Superar para siempre la tendencia al uso de la violencia y del enfrentamiento como única forma de cambiar nuestra historia. Se deberá fomentar, en todos los espacios y niveles, que es a través de la utilización del diálogo y la deliberación que podremos construir puntos de encuentro para integrar nuestras diferencias. Es prohibitivo olvidar lo sucedido, las actuales y nuevas generaciones deberán conocer y recordar nuestra historia trágica para romper con la sucesión infinita de hechos violentos.
Esta revisión histórica debería llevarnos a la conclusión de que se deben abandonar las visiones voluntaristas y maniqueístas que atribuyen a los defectos del adversario la responsabilidad por el atraso y miseria del país. La clase política y empresarial deben abandonar su viejo esquema de culpar a otros por lo que ha pasado. Si realmente quiere reivindicarse deberían colaborar en el esclarecimiento profundo de los hechos en que han participado. El liderazgo liberal, sandinista, renovador sandinista, conservador, social y demócrata cristiano y empresarial no pueden evadir su cuota de responsabilidad en la realidad que vivimos.
Las elites políticas, culturales y empresariales son las mayores responsables por la situación que vivimos. No obstante, los ciudadanos comunes también somos responsables por la falta de indignación y rechazo a las prácticas culturales, sociales, políticas y económicas que muchos quieren presentarlas como normales y aceptables. El cuestionamiento social profundo para no repetir los mismos errores debería ser: ¿Cómo hemos permitido el ascenso de otra dictadura? ¿Por qué hemos guardamos silencio frente a nuestro pasado y presente? ¿Dónde estaban las personas y los grupos que por su preponderancia económica, social y política debieron confrontar al autoritarismo?
Como resultado de lo anterior, debemos pensar nuestro el futuro fuera de los esquemas que han establecido y delimitado los viejos poderes políticos. Donde incluyo, las propuestas de los grupos “principistas” y “revolucionarios” que aspiran a refundar, desde sus cimientos, la nación. Recordemos las recomendaciones del maestro Bunge, las transformaciones deberán ser sistémicas, graduales y pacíficas.
En una sociedad con déficits culturales y materiales tan profundos, las transformaciones deberán enmarcarse dentro de la tradición y los valores cristianos del pueblo nicaragüense. Sin embargo, el abordaje, desde el Estado, de los problemas políticos, sociales, económicos y culturales deberán estar separados de cualquier perspectiva religiosa particular, sin ser anti religiosa.
No es posible consolidar la democracia sin un pensamiento y acción que incluya las diferencias y disparidades del país. Se debe abandonar la idea, mistificada y errónea, que somos un país de mestizos, integrados y cohesionados cultural, racial y regionalmente. Falso. Somos diversos, con visiones distintas, con valores, aspiraciones, rasgos raciales y culturales, e idiomáticos distintos que hay que integrar en una nueva nicaraguanidad.
Finalmente, tenemos el tema central de la democracia (representativa y formal) y la institucionalidad, que no pocos apuestan, como solución a todos los problemas del país. Definitivamente, que, con su implementación, el país experimentaría un salto político cualitativo que establecería una línea de base fundamental para construir una nueva sociedad. Sin embargo, democracia e institucionalidad, por sí sola, no van resolver los grandes déficits y problemas del país. Especialmente, en una sociedad que está constituida por capas superpuestas, unas sobre otras, sin vasos concomitantes.
El gran peligro es construir una democracia formal que sólo responda a los grupos cercanos al poder y que no reconozca la legitimidad y validez de las aspiraciones y necesidades de todos los sectores. Los problemas del país no se resolverán con una mera invocación o restitución de la institucionalidad. Todo lo contario, la institucionalidad democrática deberá servir como punto de partida y marco para ejercer “la política” (accionar de los grupos políticos) en su búsqueda por modificar lo realmente estratégico “lo político” la estructuración y distribución del poder. Por tanto, la gran tarea es modificar las obsoletas estructuras poder que nos oprimen y limitan.
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